viernes, 20 de junio de 2008

Del mar de nubes al mar de trigo

Me está engañando un poco el páramo castellano. Con este invierno de mentirijillas que estamos teniendo casi parece que siga en aquel paraíso que abandoné hace unos meses. Bueno, en realidad la gente piensa que en Canarias siempre hace sol, cuando es radicalmente falso. Es una de esas explicaciones que tengo que dar con inusitada frecuencia cuando salta el tema isleño. En Las Palmas se pasa el día nublado. Es muy raro pillar un día entero con sol. Quien no se lo crea puede comprobarlo mirando cualquier webcam de las varias disponibles, por ejemplo en miplayadelascanteras.com. Y eso de que en invierno no hace frío en Canarias también es falso. Hace fresco, digamos 14 grados, o 19, pero como hay esa humedad y ningún local está preparado, el frío termina colándose en los huesos. En casa no hay calefacción, en la oficina tampoco. EL único lugar donde yo recuperaba el calor corporal era el coche.
En estos meses he podido contrastar la vida en Las Palmas con la vida en Valladolid. Lo cierto es que son dos mundos distintos. En Valladolid no es fácil ver a nadie reír por la calle. El frío, supongo, ahoga el espíritu lúdico. Los semblantes son graves, circunspectos. En Las Palmas la gente habla mucho por la calle, incluso con desconocidos, y la música de la palabra y de la conversación es más alegre.
A estas alturas y dividido como estoy entre dos culturas, no es que me parezca un lugar mejor o peor que el otro, pero sin duda se hace duro acostumbrarse a la sobriedad castellana, a su forma de entender la vida, a sus maneras y costumbres, a su mentalidad. Otro día hablaré de los muchos defectos que tienen también los canarios típicos. Desde luego la adustez no está entre ellos.

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