domingo, 17 de abril de 2011

Resurrección

La primavera ha llegado y con ella resucito yo, y casi en plena Semana Santa, celebro también otra resurrección más importante, con mayúsculas. Estos días de sol y temperaturas agradables me han dado la señal, el pistoletazo de salida a esa mitad del año que disfruto casi el doble que la otra. He vuelto a pasear por las vías de la Estación de la Esperanza, por los caminillos del Pinar de Antequera, por los nuevos barrios de Las Arcas Reales. Como un buen amigo me explicaba el otro día, lugares a los que nos gusta volver como una paradoja de la ausencia. Y yo lo hago con frecuencia, y no sé si es una catarsis, o una simple costumbre, o un apego al pasado...En realidad lo único que hago es disfrutar del sol y del momento mágico del mediodía, para absorber la energía del astro rey y, de paso, recordar... Habría mucho que contar. A mis 41 años, la palabra pasado va adquiriendo muchos nuevos matices y significaciones. Cada vez es una parte más abultada de mi vida, y a medida que ésta avance, quiera Dios, se agrandará y se agrandará hasta hacerse enorme. Y me niego, me niego a mirar a esos 41 años como si fueran más importantes que los que me quedan, y más aún, que la eternidad.
¿Pues no empecé por ahí? Resurrección.

La vida ha querido (o quizá yo mismo, inconscientemente) que me rodee de personas no creyentes, o de creyentes que viven como si no creyeran. Desde que me independicé, ese ha sido mi sino. Cada vez es más fuerte el empuje del ateísmo (práctico o implícito), y nos esperan tiempos de relativismo absoluto e indefinición. Cada vez me siento más isla en un mar de rechazo a mi fe católica. Cada vez resulta más arriesgado decir que vas los domingos a misa, que rezas a veces el oficio divino. Una parte creciente de personas perciben la fe católica como una amenaza, como una creencia caduca. Y todo porque Dios sigue escondido y silencioso, porque no sale en televisión ni existe para la ciencia, porque es tan fácil pensar que no existe como desentenderse y plegarse a las sensaciones del mundo físico y sensorial. Porque no te lo vas a encontrar por la calle, y porque el mundo parece decir, de alguna forma, que Él no está, que se ha ausentado o que nunca estuvo. Pero ¿hay algo más absurdo que pensar en el azar como razón de la existencia de todo?

Las palabras de los obispos y del Papa son recibidas, frecuentemente, con indignación, indiferencia y burla. Lo cierto es que mucha de la culpa de que eso sea así es de la propia Iglesia, es decir, mía y de mis compañeros en la fe, y de la jerarquía eclesiástica, que van haciendo campaña (a veces lo parece) contra sí mismos con sus palabras y obras, o con sus omisiones. Es verdad que se les exige todo y más. Se les exige que sean perfectos, más perfectos que nadie "porque deben hacer lo que predican".

Yo espero que esta deriva sea un revulsivo eficaz, que empecemos de cero, a ser de nuevo cristianos y que lo que por el momento se "da por hecho" (las conquistas de una civilización de base cristiana que ha olvidado su origen), sea valorado cuando falte. Que nunca más se caiga en el error de imponer la fe a nadie, ni de darla por sentada, ni de convertirla en un convencionalismo social, porque ni Dios ni Cristo la impusieron en modo alguno. Tanto es así, que parecen ausentes, que si uno quiere puede ignorarles.
Ni que se cometan crímenes con sus emblemas.
Quizá sólo entonces se entienda el valor de la doctrina cristiana, y se despoje a ésta de las ideas y matices peyorativos que ha ido almacenando tras dos mil años de historia (es decir, de errores, que se ven mucho más que los aciertos).

La realidad actual es que las palabras de significación cristiana (sacerdote, fe, doctrina, Iglesia, cura, amor, celibato, santo...) producen rechazo en la generación menor de 30 años. Producen mucho menos rechazo que, por ejemplo, palabras de otras religiones (hinduismo, budismo, Islam) a pesar de que la vida en los países donde estas religiones se practican de forma institucionalizada dista bastante de los ideales que, suponemos, tiene esa generación y que la tolerancia no es precisamente, nota identitaria de algunas de ellas.

En el pasado, la gente era, en gran parte, analfabeta. Bastaba con un poco de palabrería, un poco de miedo. La Evangelización era más sencilla, quizás. Hoy, la gente tiene información. No sé si mucho sentido crítico (me temo que no mucho), pero desde luego, información, a raudales, tan a raudales que podríamos llamarlo sobre-información, e incluso confusión.
Ya no basta con explicar la historia sagrada con métodos de hace 100 años. Ya no basta con decir, creed. Hoy, la única opción es la vida consecuente y la absoluta honradez y coherencia. Para explicar a Jesucristo ya no basta con dar cuatro datos o con leer pasajes del Evangelio. Las palabras ya se han oído mil veces, ya se han manoseado, pervertido y adulterado.
Yo no tengo la receta mágica.
Es más, la gente parece no querer ser "salvada" de nada porque no se ven esclavos. El dinero y la ciencia parecen solucionarles mejor la vida que una serie de creencias, escalas de valores y pautas de conducta. Ya de la vida eterna, ni hablamos. Porque no existe. La muerte sucede pero no hablamos de ella, y si hablamos es para nombrarla, simplemente, sin preguntarnos ya qué hay realmente detrás de ella. Entramos en el ámbito del oscurantismo. La mayoría piensa que es algo fuera de nuestra capacidad. No les importa. Prefieren pensar que, en todo caso, no tienen modo de influir en esa vida futura, sea como sea. En realidad, se trata de una forma de optimismo mágico e irresponsable.

Y como vivimos muy deprisa, y el tiempo se cuela como el agua en una cesta, ya no tenemos tiempo ni para pensar qué nos espera más allá de ese momento funesto, doloroso, de la muerte.

Yo, como bicho raro que soy, o al menos como me veo yo en mi círculo social, sí pienso en qué será de mí más allá de esta vida. Y no me parece que obviar el tema sea una buena solución.

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