lunes, 20 de noviembre de 2017

Destino Inglaterra

Aunque apenas escribo ya en este blog, de Pascuas a Ramos lo recupero, sin avisar y sin premeditación, como me gusta a mí.

El pasado noviembre di un paso importante en mi vida. Un paso que me costó Dios y ayuda. Emigré. Mi empresa y la forma de llevarla no tenían visos de éxito, más bien de lo contrario, así que me miré en el espejo y me pregunté, como tantas veces, hacia dónde quería ir, cómo iba a salir de mi particular crisis. Y como llevaba años deseando tener la experiencia de vivir en Inglaterra, pues me dije, esta es la oportunidad. Ahora o probablemente nunca. Y acá me vine, a la Pérfida Albión.

Lo decidí también gracias al apoyo de mi compañera de piso y gran amiga que es Nuria de Torres, que, como otras benditas mujeres de mi vida, me trata algo mejor de lo que realmente merezco.

Llevo en Inglaterra casi ocho meses. Mi decisión de venir fue acertada. Tenía que hacer algo y tenía ilusión por vivir aquí. Pero las expectativas que traía, por cierto, otro de mis defectos, eran ligeramente altas. Esperaba casi todo de este país, que desde fuera parece tan moderno, organizado y cívico. No es para tanto. Las expectativas son el germen de una decepción.

Tengo mucho que agradecer a este país. Conseguí trabajo en 3 semanas. Lo único que se me pidió es experiencia, ganas de trabajar y encajar en el perfil de persona que buscaban. Ni títulos, ni complicadas pruebas. Sólo una entrevista que fue de todo menos típica. Ni me hicieron las preguntas (con frecuencia manidas y bastante inútiles a mi entender) que suelen hacer en algunas empresas españolas, ni me pidieron 25 certificados. Aceptaron el handicap de un idioma inglés en general bueno, pero no perfecto, ni siquiera fluido. Valoraron mi experiencia como autónomo, un lobo solitario que se montó un gestor de contenidos a contracorriente y reinventando la rueda, cosa que en España sería bastante dudosa, porque allí triunfan los amiguetes, los que tienen un título de ingeniero (de la rama que sea), los que no cobran porque son becarios, y en fin, no sigo que me cabreo. Y ahí sigo, trabajando, cobrando un sueldo digno y por fin, ahora, en mi propio apartamento alquilado del centro de Manchester.

La cuestión social no ha sido tan positiva. En Reino Unido, generalizando (y por tanto siendo injusto) la gente se ignora maravillosamente. Se ignoran por la calle, en las tiendas, en todas partes. Atienden con esa amabilidad bien aprendida en un cursillo rápido de atención al cliente, pero carecen de calidez y corazón en lo que dicen y hacen. Resulta un tanto decepcionante, especialmente después de haber vivido en lugares donde la gente aún conserva esa cercanía y esa autenticidad de un gracias bien dado, o de una broma o una risa, o de una conversación improvisada sin conocerte de nada. Benditas islas Canarias.

Esto no quiere decir que no haya encontrado personas excelentes, empáticas y cálidas, pero, desde luego, han sido pocas.

No hay comentarios: